Noctívago (cuento)

Por Diana Alderete*




Una urgencia la despertó, algo en su interior le perturbaba, pero su cuerpo adormecido se sentía muy pesado para moverse. A pesar de estar resguardada, el frío traspasaba las telas y provocaba que su mano se congelase.

En sus pensamientos rondaba el recuerdo de la advertencia del peligroso frío que recorría el lugar, pero nunca pensó en empacar un par de guantes, estaba demasiado concentrada en llevar comida justa para sobrevivir.

Trato de desviar su atención y pensar en otra cosa, pero cada segundo que pasaba era más incómodo e intolerable.

Tenía que hacer algo, así que se armó de valor, sacudió su mano para recuperar la circulación y se sentó sobre la cálida manta que usaba para dormir, se colocó la chamarra, el gorro y las pesadas botas negras; acto seguido gateó cuidadosamente para salir, bajando tras de sí el cierre de su pequeño refugio.

Y así se lanzó a aquel terreno vacío, acompañada de una pequeña linterna.

En el extremo más inhóspito eran las 2 de la mañana, reinaba la oscuridad, los bichos salían a bailar y explorar a los desconocidos que había a su alrededor, la hierba alta y seca cubría parte del camino y los árboles con sus raíces asomándose sobre la tierra, podían hacerla tropezar.

A lo lejos escuchó cómo el viento se estrellaba en las montañas y el estruendo de un glaciar quebrándose contra el lago, el frío congelaba su nariz y su cuerpo aún adormecido la hacía tambalearse, pero su mente solo podía pensar en aquello que le perturbaba, trataba de acelerar el paso, pues al sentirse sola y sin ninguna empatía a su alrededor, provocaba que su ansiedad aumentara, no sabía lo que encontraría en aquel lugar, pero sabía bien que tendría que ser valiente y enfrentar lo que fuera que encontrase ahí. Al instante un sonido brusco llegó de entre las hierbas y cortó como un cuchillo todos sus pensamientos, recordando que al inicio del viaje el guía les había hablado sobre pumas en la zona. En ese momento su corazón empezó a acelerarse y atinó a salir corriendo lo más rápido que pudo, esquivando matorrales y raíces; alcanzó la manija, abrió la puerta de la cabaña y la cerró estrepitosamente en medio de la negra noche.

Con el corazón saliendo de su pecho, dirigió la linterna para iluminar el lugar y buscar el interruptor, click, click, habían cortado la luz. No quedaba otra más que usar la linterna, dirigió la luz a un pequeño cuarto, con su mano empujó la puerta, solo para respirar aliviada y darse cuenta que sí había papel en el baño.

(*) Diana Alderete.

Diana Alderete nació en León, Guanajuato; en 1985. Desde pequeña le ha gustado imaginar historias para poder desconectarse de la realidad. Estudió Diseño Gráfico, pero el amor por el dibujo la ha impulsado a buscar su formación como ilustradora. Su ex psicóloga le recomendó escribir para poder entender mejor a sus demonios, y desde ese día escribo sobre sus experiencias, sueños y pesadillas; pero no fue hasta marzo de 2017 que descubrió que todo eso lo podría fusionar, y transformar en una historia, gracias a un taller de cuento corto impartido por Paco Montaño.

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